Levantamientos armados en Axochiapan. 1934 y 1944.
Por Óscar Cortés Palma
En la
madrugada del 26 de septiembre de 1934, una banda de rebeldes armados vino a
Axochiapan. El ex zapatista Enrique Rodríguez Mora, alías el tallarín, los arengaba:
– ¡No
cambiamos a los gobernantes por otros para estar igual de pobres!–
Sus
seguidores lo secundaban:
–
¡Viva el general Enrique Rodríguez, vivan el general tallarín!– .
El
gentío estaba inconforme porque seguían igual de pobres como antes de la
revolución. Eran como las 2 de la mañana, estaba oscuro, sin hacer ruido, las
calles estaban llenas de jegüite (xihuitl, yerba), surgió la banda del
tallarín. Se apoderaron de los fondos de la receptoría de rentas y del ayuntamiento municipal. Quemaron el
archivo de los registros de actas de nacimiento del ayuntamiento.
Fueron
a las casas de los vecinos para comprar caballos y armas. Lifoncia Mozo Calero les
vendió comida y pan de petate. Gabriela Olivar Villanueva era una niña cuando
salió de su casa a ver de dónde provenían los sonidos de los clarines y
trompetas. Sus tíos estaban escondidos detrás de las puertas cerradas desde
donde le gritaron asustados.
– ¡Métete chamaca!–.
Después
de un par de horas, comenzaron a oírse de nuevo los sonidos de las trompetas y clarines,
Gabriela Olivar Villanueva las escuchaba
emocionada, mientras la banda armada se fue de la población con rumbo a las
serranías cercanas, unos iban a pie porque no tenían caballos.
La
banda del Tallarín se llevó la correspondencia de los correos y telégrafos de
la estación del ferrocarril, cada uno llevaba cargando su itacate de comida
comprada en la comunidad.
Al
amanecer, vinieron destacamentos de soldados persiguiéndolos. El ayuntamiento municipal
había sido vandalizado, había humo y cenizas de montones de archivos de actas
de nacimiento quemadas. Se levantó un reporte judicial porque la banda del
Tallarín quemó los archivos y las personas desconocían su fecha de nacimiento y
unas se pusieron menor edad.
Tres
años más tarde, el presidente de la república Lázaro Cárdenas, solucionó las
peticiones del tallarín, y los amnistió. Regresaron calmados a sus poblados de
origen. Sin embargo, la cosa no estaba olvidada. El ex zapatista José Solís,
alias la zorrita, andaba armado. La gente murmuraba:
– Si
hay otra revolución mañana, la zorrita se va de general–.
El
presidente municipal Sebastián González, a quien la gente le apodaba de chiste:
“cabeza dura, carretón de la basura”, según porque era muy terco, le ofreció a la
zorrita Solís la jefatura de la comandancia municipal. La zorrita la rechazó y
recomendó a su amigo Carlos Rodríguez. Un año después de la quema del archivo
municipal, la zorrita Solís fue electo comisariado ejidal en 1935.
Años
después, la zorrita andaba borracho con el sombrero en el brazo. Lo interceptó,
su amigo, el comandante municipal Carlos Rodríguez, le dijo:
– ¡Qué
pasó don zorrita anda usted tomando!-–.
-¡Que
pasó mi comandante, buenas noches!-.
Salieron
abrazados de la cantina frente al jacalón, como estaba borracho no se pudo
defender, lo desarmó, sin darle tiempo de nada, lo balaceó, entonces vino su
hijo gritando:
– ¡Ya
mataron a mi padre, agárrenlos!–.
No
obstante, Carlos Rodríguez lo descalabró y huyó. La zorrita José Solís ya
estaba viejo cuando murió. En una ocasión balaceó a uno que lo seguía y nadie
hizo nada. Cuando cayó la zorrita Solís, la gente no hizo nada, no repicaron
las campanas, ni gritaron mopachocan (asamblea del pueblo), pues a nadie se le
ocurrió y su atacante huyó para no volver jamás.
Diez
años más tarde, durante la segunda guerra mundial, los hermanos Barreto de
Zacualpan y Daniel Roldán se levantaron en armas, anduvieron un tiempo huyendo
y peleando.
De Axochiapan siguiendo a los alzados iban:
Adelaido Pliego Sánchez, Eulalio Mozo, y Agustín. Cuando vino el temporal con
sus lluvias, Adelaido Pliego Sánchez, Eulalio Mozo, y Agustín aprovecharon para
sembrar maíz (tlayolli), frijol y calabaza en los tlacololes (milpas serranas) de
santa Cruz.
Vivían
en una cueva, en donde preparaban su tlaxcalli (comida). La vida en el cerro no
le gustó a Agustín y fue entregarse a los soldados, les dijo:
.
– Sé
dónde está los demás, los llevaré si me perdonan la vida–.
Después
de caminar un rato por el monte, rodeado de soldados. Gritó:
– ¡Allí,
limpiando el tlacolol, esta uno de ellos!-.
Los
soldados atravesaron los surcos pisando la milpa tierna y atraparon a Adelaido.
Después, lo presentaron al presidente municipal, le preguntaron:
–
¿Usted conoce a este hombre?
El
presidente municipal respondió:
–
¿Cuál hombre?-.
-Este-.
-Sí,
fue uno de los alzados–.
Los
soldados colgaron a Adelaido en un mezquite del cerro cerca del rio. No
obstante su lucha no fue en vano pues se evitó enviar a los jóvenes a pelear
por los gringos en la guerra contra Alemania.
Texto: Óscar Cortés Palma
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