Ximopachocan y la fuga del santo
Por Óscar Cortés Palma
Todas las mañanas, José
Antonio Salvidegoitia miraba con ambición las tierras de los pueblos que
rodeaban su hacienda.
Mientras tanto, el manojo
de pueblos de indios humildes que cercaban la hacienda tenían sus milpas de
maíz, calabaza, chile y frijol para alimentarse. En los extensos montes de
estos pueblos campeaba el ganado buscando alimento y los aldeanos cortaban y amontonaban
leña para sus tlecuiles.
A la orilla de una barranca conocida como Amatzinac se
localiza el pueblito de Atlacahualoya. Cuyo nombre tal vez derive de un ser
mitológico mexica de la antigüedad conocido como Atlacaoya.
Atlacaoya era una deidad acuática que portaba un bastón de yautli
(flor de pericón). La flor de pericón estaba relacionada a las lluvias y a
Tlaloc. Hoy está ligada a las cruces de la noche del 28 de septiembre de san
Miguel arcángel.
Atlacaoya y
Atlacahualoya son palabras parecidas, por eso tal vez en la antigüedad en
Atlacahualoya idolatraban a Atlacaoya hoy remplazado por san Miguel Arcángel.
El hacendado José
Antonio Salvidegoitia demandó en los tribunales a estos pueblitos acusándolos
de haberse internado en sus propiedades, de pastar el pasto y de cortar la leña
en la década de 1760 's.
El pueblo de Axochiapan
perdió al poniente las tierras en donde estaba localizado el desaparecido
pueblo de Tetehuamac. Y al oriente en donde estaba localizado el desaparecido pueblo
de Alchichica.
Atlacahualoya, quedó
rodeada por la hacienda, todavía en la década de 1780 's, en los tribunales exigían
tierras. Dijeron:
-Que el hacendado nos
reintegre las 600 varas de tierras que por cada punto cardinal debemos tener puesto que la ley de la Nueva España así lo específica para los
pueblos-.
Los conflictos no
terminaban. En la década de 1790 's, ocurría otro litigio entre Atlacahualoya y
el nuevo dueño de la hacienda de Tenango[1]. Los aldeanos,
después de décadas y décadas de epidemias y mortandades necesitaban tierras
para alimentarse. La población se había estabilizado y se quejaron ante el
virrey de la Nueva España en el año de 1788, dijeron:
-Estábamos en quieta y
pacífica posesión de nuestras tierras, cuando los peones del hacendado Nicolás Icazbalceta[2] entraron, nos azotaron, apresaron y ahora nos
cobran renta por cultivar nuestras propias tierras diciendo que son suyas -.
El hacendado no estaba
conforme, quería más y más tierras y los tribunales corruptos por el dinero estaban
sordos a los clamores del pueblo. Y los que osaban enfrentarse a la hacienda eran
perseguidos y encarcelados.
Otros eran eliminados
nada más porque sí, puesto que los hacendados para mantener su dominio, de vez
en cuando hacían demostraciones excesivas de poder y de fuerza a sus dominados.
Ante tanta impunidad,
los aldeanos se reunieron en secreto y acordaron la fuga. Un indio tocaba las
campanas de la parroquia mientras gritaba y hacía ademanes arriba del
campanario:
-¡ X i m o p a c h o c a n
! -. Gritaba -¡ X i m o p a c h o c a n ! -.
El grito de ¡ximopachocan!
se escuchaba hasta la última casa del poblado como si fuera un eco. La gente se
fue arremolinando en el centro del pueblo.
El grito de ximopachocan
era común, lo gritaban los pueblos cuando tenían miedo y cuando querían
justicia. Con el grito de ximopachocan convocaban a la asamblea del poder popular.
Ximopachocan es una palabra
náhuatl que significa amontonamiento, unión, junta o apretamiento.
Cuando el pueblo ya se
había amontonado en la plaza, se acordó la fuga del santo. Como fantasmas entraron
a la parroquia y tomaron al santo, no podían fugarse sin llevarse al santo, un
aldeano decía:
-¡Vámonos de aquí con san
Miguel Arcángel, ¡Vamos a fugarnos san Miguelito!, nos vamos a ir de aquí a
otro lugar mejor!
Iban como fantasmas
iluminados por la luna de octubre unas 300 familias, sus sombras largas se
dibujaban en las paredes de las casas abandonadas. Iban buscando la tierra
prometida. Llegaron al pueblo de san Francisco Zompahuacan con los primeros
rayos del alba, se quedaron allí, entre los años de 1786 a 1803[3].
Tzompahuacan, un pueblito
con una gigantesca parroquia en ruinas, que había venido a menos por las
epidemias hasta quedar casi deshabitada ahora se volvía a llenar de vida.
No obstante, la fuga del santo
no funcionó y los aldeanos empobrecidos regresaron al cabo de unos años. La
tierra prometida no era para ellos o al menos el primer intento había fallado. Tal
vez Tzompahuacan tenía otro hacendado, el dueño del trapiche de Coauyuca localizado
cerca de allí.
Arrepentidos regresaron los
aldeanos, con el tiempo se acostumbraron a la explotación, miseria y se resignaron.
Y así se fue la vida como la
mugre en el lavadero, pasaron los años y en 1850 Atlacahualoya ya contaba con 1029
habitantes y pertenecía al municipio de Jonacatepec, era el tercer pueblo más
habitado de la comarca. En
esa época, del año de 1803 a 1909, la parroquia se encontraba en Atlacahualoya y
no en Axochiapan.
Lo que sobresale de la
historia de Atlacahualoya es la constante rebeldía contra la hacienda de santa
Ana Tenango que duró casi 200 años, de la década de 1650 's a la década de 1920 's cuando los aldeanos
tomaron de nuevo las armas contra la
hacienda y la destruyeron esta vez para siempre.
Texto: Óscar Cortés Palma
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