jueves, 26 de octubre de 2017

El Coco. Historias reales de terror para este día de muertos.

El Coco. Historias reales de terror para este día de muertos.

Por Óscar Cortés Palma 


Desde un púlpito de madera, fray Juan de Alameda predicaba en náhuatl a los pobladores:

-Hermanos, existe un dios muy poderoso, omnipresente y sabio, los invita a seguir el camino del bien y amor al prójimo para construir el reino de dios en la tierra, un reino en donde todos tengamos comida y no nada más unos cuantos acumulen la riqueza-.

Fray Juan de Alameda hacía ademanes mientras hablaba con elocuencia:

-Hermanos nos comprometemos a respetar su autonomía y tierras. No por compasión sino por amor a nuestro Dios -.

A continuación, fray Juan de Alameda bautizó a los gobernantes de la aldea, Xochiacatotol y Nezahualcoyotzin, cambiándoles el nombre, ahora se llamaban Magdalena Sánchez y Miguel Cortés.

Eran los primeros españoles en pisar estas tierras, un lluvioso domingo de julio de 1542, era un día fresco y acuoso. Entre los achololes los pobladores sembraban algodón, frijol, chía, amaranto, calabaza y maíz. De estas plantas y otras más se componían sus utensilios, vestimenta  y  alimentos diarios.

Después del sermón del fraile, comenzó a llover  a cántaros, los presentes corrieron a refugiarse  de la lluvia en la casa de Magdalena Sánchez Xochiacatotol (ave de plumas de caña).

Allí prosiguieron la charla. Miguel Cortés Nezahualcoyotzin (gran coyote ayunador) hablaba en náhuatl mientras el intérprete lo traducía:

-Queremos, los líderes de la aldea montar a caballos, usar espadas, portar dagas y vestir  ropa española. A cambio les daremos el tributo que antes pagábamos a México –Tenochtitlán y los apoyaremos con el coatequitl (trabajo gratuito comunitario para obras de beneficio comunal) para construir parroquias y otras construcciones-.

A continuación habló Magdalena Sánchez Xochiacatotol:

--Nosotros pertenecemos a esta tierra, aquí están enterrados nuestros muertos. Somos una inconmensurable familia,  la tierra, el viento, el agua. Si pisan esta tierra y beben el agua de la barranca tochatlaco (barranca de los conejos),  no lo hagan como algo superfluo, ojalá y nunca lo olviden-.

Fray Juan de Alameda contestó:

-Siempre lo tendremos en la memoria, y  esos permisos solicitados, serán otorgados con prontitud, por lo mientras redactaremos los títulos, pues estas tierras son propiedad de Ayoxochiapan, y ningún español o ningún otro pueblo se las quitará nunca jamás-.

A terminar la reunión, en medio de la llovizna y la iridiscencia del arcoíris, fray Juan de Alameda, el intérprete y demás comitiva montaron los caballos y se retiraron.

Cual jinetes del apocalipsis a su paso dejaron una estela de destrucción, un año después (en 1543) la población se empezó a morir a montones en todos lados. Los pobladores no podían curarse de las epidemias de: cocoliztli, matlazahuatl, viruela, varicela, sarampión, peste y otras enfermedades extrañas traídas de Europa, África y Asia.

Estas epidemias causaron la muerte de más del 80% de los indios, las enfermedades eran tan agudas, pues en una familia entera no quedaba ninguna persona viva, por eso era necesario acudieran los pocos españoles radicados en las cercanías a atender a los enfermos.

A este conjunto de epidemias las conocieron como cocoliztli (enfermedad, mal), o matlazahuatl (red de granos). De allí proviene la frase “te va a llevar el coco” usada para espantar a los niños”. El cocoliztli se llevó a casi todos los habitantes de estas tierras.

Para los frailes agustinos tanta mortandad se debía a dos causas.   O Dios quiso castigar a los españoles por su ociosidad, soberbia y malos tratos hacia los indios. Porque faltándoles indios ya no tenían a quien explotar o:

“Quiso pagarle Dios a los indios la prontitud con que cautivaron sus entendimientos a la fe; quiso coronar su voluntad sencilla. Temiese del tiempo (…) les había de envejecer y que habían de reverdecer en ellos antiguas costumbres, y al fin conoció que los había de depravar el tiempo, y por esto los arrebató la muerte[1]”.

Cuando volvieron a pasar españoles por aquí solo hallaron caseríos vacíos. Por tal motivo, la  monarquía española ordenó congregar a los sobrevivientes, entre los años 1600 y 1612. Por aquí cerca se reubicaron a los sobrevivientes en: Tlaquiltenango, Amacuzac (1604), Chiautla  y Tlancualpican (1607), y Ayoxochiapan (1606).

Los sobrevivientes de las aldeas de Tetehuamac, Atlacahualoya; y los barrios de Telixtac (Tecpan, Hueycala, y Cuautlalpan fueron congregados en Ayoxochiapan. En donde se les asignaron casas vacías y en la circunferencia de las aldeas terrenos para sus sembradíos para que estuvieran juntos.

Muchas personas, en desacuerdo, escaparon a los cerros, huyeron o regresaron a sus lugares de origen. No obstante, en la aldea de Tetehuamac sólo quedaron los jacales vacíos, en donde se encontraban abandonados: huaraches, cacles, ayates, tepalcates y jícaras.

El viento giraba en la noche cantando con nostalgia y melancolía mientras tecolotes y murciélagos de grandes alas rozaban el suelo del caserío abandonado. Los campos se cubrieron de jehuite, huizaches y cempasúchiles, como si la naturaleza quisiera honrar a los caídos.

Después de estas epidemias, poco a poco fueron llegando empresarios agrícolas y ganaderos españoles a instalar ranchos. No obstante, no todo era éxito, la hacienda de Atotonilco padeció problemas económicos y se vendió a Francisco de Hurtasa, dueño de la hacienda de santa Ana.

Con esto, la hacienda de Tenango no tuvo ningún rival en la región. Abarcaba los ranchos de: Tlalayo-Alchichica,  Ixtlilco y Quebrantadero. Y las haciendas dependientes de: santa Clara Montefalco, Atotonilco y san Ignacio.

Para esa época, Tetehuamac llevaba más de cien años  abandonado y sus terrenos iban ocupándolos los pobladores de Ayoxochiapan

Eso no le gustó a José Antonio Salvidegoitia, nuevo dueño de la hacienda de Tenango. El hacendado deseaba los terrenos del desaparecido Tetehuamac. Ante estas circunstancias, los aldeanos de Ayoxochiapan comenzaron a prepararse para la lucha.



Texto: Óscar Cortés Palma 
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[1] Juan de Grijalva, O.S.A., Crónica de la orden de Nuestro Padre San Agustín en las provincias de la Nueva España. En cuatro edades desde el año de 1533 hasta el de 1592.(México: Porrúa, 1985)

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